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Escape apuntaba a ser una de las mejores películas españolas del año, pero se pierde entre su frialdad y sus metáforas

Mario Casas protagoniza esta mezcla entre comedia y thriller que no termina de ser nada en realidad

Escape apuntaba a ser una de las mejores películas españolas del año, pero se pierde entre su frialdad y sus metáforas
Juan Carlos Saloz

Juan Carlos Saloz

  • 27 de septiembre de 2024
  • Actualizado: 3 de octubre de 2024, 0:41
Escape apuntaba a ser una de las mejores películas españolas del año, pero se pierde entre su frialdad y sus metáforas

Cuando escucho hablar a Rodrigo Cortés, no puedo hacer más que callar. Quien haya seguido alguna vez a este director en su podcast Todopoderosos, o incluso lo haya escuchado en cualquiera de las múltiples entrevistas que realiza, sabrá que estamos ante un superdotado del cine. Nadie habla mejor del cine en España, con más propiedad y más sabiduría. Es por ello que me da una pena enorme que su cine, valga la redundancia, no termine de atraparme ni por un instante.

Si bien Cortés es un genio que va más allá de su obra cinematográfica, siendo sus libros como Los años extraordinarios o Cuentos telúricos clásicos instantáneos, en su terreno de juego no termina de permear en el público. Desde Buried, la gran película de 2010 que fue un taquillazo y se llevó todos los premios posibles, ha ido dando un traspiés tras otro, a pesar de trabajar con figuras como Uma Thurman, Cillian Murphy y Robert DeNiro. Y, por desgracia, Escape no es la excepción.

A nadie le importa este tipo

Prácticamente lo primero que vemos de Escape, estrenada en el Festival de Cine de San Sebastián, es un letrero en grande que pone “Martin Scorsese presenta“, y no es difícil imaginar por qué el cineasta se embarcó como productor en esta loca aventura. El guión, como las palabras de Rodrigo cuando habla, es preciso, trascendente y divertido. Busca plasmar una tesis muy clara (“¿hasta dónde puede llegar la sociedad para cumplir los caprichos de un crío?”) y cada nuevo paso que da aporta a esa tesis. Pero no todo en el cine es la idea a defender… y en todo lo demás, se pierde.

Escape cuenta la historia de N. Tal y como reza su sinopsis, “es un hombre estropeado, algo no va bien en su interior”. N. no quiere tomar una sola decisión más, sólo apearse del mundo. Dejar de tener opciones. El psicólogo a quien visita no sabe cómo abordarlo, tampoco su hermana, que intenta apoyarlo sin frutos. N. sólo quiere vivir en la cárcel, y hará cuanto sea necesario para conseguirlo. ¿Lograrán sus allegados que desista de cometer delitos cada vez más graves? ¿Hasta dónde será capaz de llegar el juez para no concederle su propósito?

Sin duda, la premisa no podría ser más atractiva, tal y como lo es la primera, quizás, media hora de largometraje. Desde luego, hay algo hipnótico en ver a Mario Casas haciendo lo posible por entrar en la cárcel. Pero pronto la película cae, la tesis se pierde y la trama se vuelve reiterativa y hasta pesada. Llega un momento en el que no podemos hacer más que asquearnos por las ideas de este personaje, y a pesar de que es lo que busca el director, no es algo que ayude, precisamente, a la película.

Y es una lástima. Porque, cuando se dispone a ser divertida, Escape es una muy buena comedia. Cuando intenta ser reflexiva, lo consigue sin duda alguna. Pero es en su mezclum de ideas, mundos y personajes donde Rodrigo Cortés pierde la perspectiva y al público a la vez.

Por cierto, el 31 de octubre se estrena en cines.

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